junio 23, 1923 - Manicomio

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-Hace tiempo, que no veo la luz del sol metida en esta celda revestida de blanco.  Le dio con la voz casi entrecortada por la tristeza
- Por favor, Malena, no empieces. Dijo con voz de cansancio, mientras pasaba la mano por sus muslos sobre el pantalón como si se limpiara de algo desagradable que le había caído y arrugado o ensuciado la tela. Federico ya se conocía de memoria la  habilidad de Malena para autocompadecerse, su nombre lo decía todo. Así que viró la cara, reconociendo su debilidad ante el sufrimiento de su musa. Que más que musa era su tortura, la razón de su fracaso, el demonio vestido de mujer que fue enviado desde la corte de los infiernos para traerle penurias. A quien amaba entrañablemente, dependiendo de su existencia sin desearla.

Malena permanecía inmóvil sentada en el suelo, con el pelo revuelto que se obstinaba en marcar líneas anchas en su frente sudada. Su labio inferior era cruelmente cruzado por una incisión causada por un barrote de metal de la cama que le había sido asignada. Sus manos, que alguna vez fueron pequeñas y graciosas, ahora enojadas, mostraban sus venas  en forma de protesta formando canales parecidos a los desagües, hasta llegar a sus muñecas cubiertas de gasas apretadas que parecían las pulseras de los esclavos.

Mira lo que te has hecho. Yo solo quiero saber por qué eres tan imbecil, le decía sin anteverse a mirarla ¿Por qué yo soy tan tonto? ¿Por qué yo te necesito? Se que sería más feliz si nunca te hubiera conocido.  No podía evitar que el labio le temblara según pronunciaba esas preguntas, a la cuales muy bien sabía que no tendría respuesta.

Malena no estaba capacitada para pensar demasiado en ese momento, y por lo pronto parecía que tampoco durante las próximas semanas. Se la pasaban endrogándola para que no se pusiera agresiva y no intentara nada contra sus otras compañeras o contra si misma, que era justamente el "target" de sus atentados. Ella miraba hacia la nada. Escuchaba a lo lejos como un susurro el rosario de preguntas sin respuestas que su único compañero que repetía una y otra vez sin cansancio. Finalmente, sin salir del todo de su letargo habló nuevamente: Yo no te pedí que te quedaras. Comentario que causo a Federico la necesidad de arrodillarse frente a ella, agarrarla por los hombros y  jamaquearla.  

-Mala agradecida! le gritó sin darse cuenta de lo que había dicho hasta que lo dijo. Esperó a ver la reacción de su verdugo que solo movió sin emoción sus pupilas para mirarlo sin mucho interés. Y se perdió en una mirada profunda y tenebrosa, en dónde solo había tinieblas y el horrendo estruendo del vacío. Ante esto, nuevamente influenciado por sus propias emociones, que no eran más que proyecciones de las de ella, le dijo mientras en desesperación la abrazó con fuerza, como si creyera que ella deseaba escaparse de sus brazos, y llorando desconsoladamente dijo: Ya verás. Ya verás, mi bella Male, que todo saldra bien. Saldremos de esta. Te lo juro.
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